Sábado en la tarde. Con un compañerito del doctorado nos dirigimos a una fiesta en casa de otros estudiantes del programa. Mientras conduce conversamos de papers, conferencias y otros temas igual de aburridos que a los nerds como nosotros nos parecen fascinantes.
- ¿Y supiste que XX encontró trabajo? – me dice.
- Noooo, ¿recién ahora? ¿Pero y no se graduó hace un año?
- Sí, pero no había encontrado nada todavía.
- Wau, qué bien por él. Pero qué heavy estar un año buscando pega, ¿cómo lo hizo? Es decir, ¿cómo sobrevives un año sin trabajar?
- Bueno, tú sabes que XX es de ___ (usted ponga aquí el país que se le plazca), ellos tienen mucho dinero. Yo me imagino que su familia estuvo ayudándole todo este tiempo. Es muy común entre la gente de ___.
- ¿Y cómo es en tu país? ¿Tú también vienes de una familia con mucho dinero?
(Y aquí me detengo para poner las cosas en contexto: a los gringos no les gusta hablar abiertamente de plata, política o religión. Pero yo me salto estas convenciones y siempre pregunto, sobre todo cuando estoy con mis amiguis no gringos, como en este caso).
- Todo lo contrario, yo vengo de una familia muy humilde. De hecho, mi mamá ni siquiera sabe leer bien.
- ¿En serio? – le digo incrédula.
- En serio. Cuando yo era niño tenía que ayudar en casa haciendo fideos y tofu, que vendíamos a otras personas de la aldea. Los fines de semana me iba muy temprano al bosque a recolectar bambú, porque hacíamos muchas cosas con bambú. Yo crecí en una aldea muy pequeña, de no más de 1.000 habitantes.
- Yo crecí en un pueblo de 45 mil – le digo, pensando en San Carlos –, también muy pequeño. Aunque en realidad es 45 veces más grande que tu pueblo…
- Jaja, sí. Cuando terminé el colegio dije que quería entrar a la universidad y que necesitaba dinero para rendir el examen de admisión, que además lo tomaban en la capital. En mi casa todos se opusieron: me dijeron que era mucho dinero (el examen y el viaje) y que ir a la universidad era una idea estúpida e ingenua. Lo mejor para mí, según mi familia, era aprender a arreglar televisores. Ése fue el año en que la señal de televisión llegó a mi aldea (1991), así que hubo un boom no sólo en la compra de televisores, también en la demanda de gente que pudiera repararlos. Mi familia pensaba que aprender ese oficio era el mejor futuro para mí.
- ¿Y cómo te las arreglaste?
- Me rebelé, me conseguí el dinero para dar el examen y logré entrar a la universidad a estudiar lingüística. Cuando me gradué obtuve un trabajo como periodista, y a los tres años de eso comencé a trabajar como corresponsal de la Associated Press en mi país.
- ¡Tremenda historia! ¿y en qué momento decidiste venir a Estados Unidos?
- Mucho después. En ese tiempo ni siquiera hablaba inglés y no tenía idea de doctorados ni nada de eso. Pero el año en que entré a la Associated Press fue el año en que mi país retomó relaciones diplomáticas con Estados Unidos, y me pusieron a cubrir política internacional. Tuve que entrevistar a muchos extranjeros, siempre con un intérprete, y me di cuenta de que necesitaba aprender inglés, porque eso me daría más facilidad e independencia en mis entrevistas. Partí enseñando mi idioma a extranjeros que venían, y me fijaba en los errores que cometían al tratar de traducir; así fui dándome cuenta de la estructura del inglés.
- Onda que ponen el adjetivo antes del sustantivo… ¿cosas así?
- Claro, la sintaxis de las oraciones y eso.
- Pucha que eres inteligente.
- Jaja, tal vez. Supongo que tenía tantas ganas de aprender, que al final tomé un curso. Y después de eso continué leyendo mucho, libros, noticias, y eso abrió el mundo ante mis ojos. Mi país es un lugar muy aislado, no sólo geográficamente, también política y culturalmente. Aprender inglés me ayudó a acceder a información que en mi país no existía, a conocer realidades que ni siquiera imaginaba. Así decidí estudiar en Estados Unidos, me gané la Beca Fulbright y vine a hacer un master por dos años. Mi jefe en la Associated Press me mantuvo el trabajo y me estaban esperando cuando volví.
- Qué buen ojo los de la Fulbright. Y qué increíble que tu jefe te devolviera la pega cuando volviste.
- Sí, pero mi profesor en la Universidad XXX me dijo que tenía que hacer el doctorado. Me insistió mucho, incluso cuando ya me había ido de Estados Unidos de vuelta a mi país. Al final decidí intentarlo, y él me escribió las cartas de recomendación. No sólo eso, además se dio el trabajo de buscar las mejores escuelas de Periodismo para que yo postulara. Por alguna razón siempre tuvo fe en mí… Mira, ya llegamos.
- Sí, ésa es la casa. Deja que me baje primero para sacar las cosas.
(Este compañerito está a punto de graduarse del doctorado – entró un año antes que yo – y ya le han ofrecido un trabajo en una reconocida universidad pública estadounidense. Debe ser una de las personas más sencillas que he conocido, sin pretensiones, sin aspavientos, y su historia me pareció inspiradora. Tanto como para compartirla aquí).
“Sólo aquellos que se arriesgan a ir demasiado lejos, pueden descubrir qué tan lejos pueden llegar”