La “Pequeña
Habana” es un sector de Miami donde viven latinos de toda índole, pero
principalmente cubanos. Tiene cerca de 50 mil habitantes, y el 98% de ellos son
latinos (o descendientes de latinos), por lo cual no tiene sentido siquiera
intentar hablar inglés. La gente te saluda de “Hola” y los nombres de los
locales están sólo en español.
Paseando
por la calle principal llegamos al Club de Dominó “Máximo Gómez”, lugar de
encuentro para residentes de Miami mayores de 55 años (no necesariamente
norteamericanos). Nos paseamos por entre los jugadores de ajedrez y dominó, y rápidamente
un señor nos busca conversa. Al enterarse de que somos chilenos, nos indica un
viejecito de gorra roja que también es chileno y que está observando una
partida de ajedrez. “Guillermo, ven a saludar”! le dice.
Don Guillermo
Veas es una caja de historias. Aunque al principio se muestra cauteloso ante
mis preguntas alborotadas, de a poco me cuenta que lleva ya muchas décadas en
Estados Unidos, desde que era un joven de 21 años. Estuvo por 30 años en Nueva
York, y ya lleva otros 10 en Miami. Me cuenta que su señora tiene un reumatismo
atroz, y que el clima gélido del invierno en la Gran Manzana le estaba calando
los huesos. Pero el aire caribeño de Miami les ha hecho de maravillas.
“Y cómo fue
que llego acá”, le digo, y sus ojos se entornan como si tratara de recordar una
historia muy antigua. “Yo llegué aquí de polizón”, me confiesa al fin. Se subió
a la mala en un barco mercante que transportaba frutas, pero en Panamá lo
descubrieron y lo metieron en un barco de vuelta a Chile. Don Guillermo fue más
astuto: en cuanto percibió que el barco hizo una escala, escapó corriendo y descubrió
que se encontraba en el puerto del Callao en Lima, Perú. Esperó unos días y se embarcó
otra vez, esta vez con éxito. Pero al poco tiempo lo descubrieron nuevamente y
vuelta a empezar. Ocho lo veces lo agarraron y lo mandaron de vuelta, pero solo
en tres ocasiones volvió a Chile: las otras cinco se las arregló para huir en México,
Panamá o donde fuera que el barco se detuviera. Tantos intentos fallidos le
fueron entregando una experiencia valiosa: aprendió que en Estados Unidos era
invierno cuando Chile estaba en verano, así que debía llevar la vestimenta
adecuada para el cambio de estación (“una vez me fui en invierno y llegue allá
con un calor terrible y yo con casaca”) . También se dio cuenta de que la mejor
forma de pasar desapercibido era parecer trabajador de bodega, así que, además
de la ropa de temporada, se llevaba un par de guantes de trabajo y un overol,
para bajarse con personalidad del barco, o volver a subirse si era necesario. Nunca
más volvió a viajar con documentos o a decir que era chileno; si lo pillaban decía
que era mexicano, porque así lo deportaban a México y le era mucho más fácil regresar
a Estados Unidos desde allí. Una vez lo descubrieron porque viajo con un amigo,
entusiasmado con las historias de los viajes, y este amigo un día estornudo y
los encontraron detrás de los pales de fruta. Viajar en un barco con frutas era
crucial: no había forma de salir a buscar comida, así que las frutas eran el único
alimento en esos viajes de veintitantos días.
Don Guillermo Veas, de polizón a residente
No es al lote la cosa...
Pedrín analizando las partidas
Buscando historias
De fondo, el mural de los presidentes que asistieron a un foro mundial en 1996
En ese tiempo, USA tenía a Clinton y Argentina a Menem
Y nosotros a Frei #EsLoQueHay
Es interesante la fusión cubano-americana
Las casas de la Pequeña Habana me recordaron las casas de la verdadera Habana, en Cuba
El gallo es la mascota de la Pequeña Habana. Este es el gallo Cubano-Americano
Detalle del dibujo sobre el gallo. 90 millas desde Miami hasta Cuba
Paseo de la Fama (sólo latinos)
"Nuevo Siglo", mi recomendado para almorzar