domingo, 19 de junio de 2016

Honrarás a tu padre

Mi papá es uno de los seres más enigmáticos que he conocido. Tremendamente inteligente y caballeroso, educado en su hablar, cuidadoso en el vestir. No habla mucho de su infancia, pero cada vez que lo hace me sorprende con historias surreales. Todavía no logro hilar la historia completa desde que nació en Santiago hasta que se estableció en San Carlos, pero anécdotas contadas por aquí y por allá me han ayudado a entender quién es este señor bigotudo y siempre bien peinado, que tanto se parece a mí.



Una de las cosas que más admiro de él es su pulcritud, al punto de que todo lo hace con suma precisión, cuidando de los más mínimos detalles. Esto aplica desde lo más simple hasta lo más complejo; por ejemplo, el lavado de loza. Para Pedro y su mentalidad ingenieril, lavar la loza implica un proceso de optimización cuya meta es lavar la mayor cantidad de trastes en el menor tiempo posible. Es así como puede lavar un cerro de loza en cinco minutos. Mi papá en cambio, se tomará el tiempo necesario para fregar y refregar la misma cuchara, hasta que vea su imagen reflejada en el metal. Y no sólo eso, también dejará el lavaplatos inmaculado. Para él, no tiene sentido desarrollar una tarea si el resultado final no es la perfección misma. 
 


En la cena del más reciente año nuevo, mi suegro quedó impresionado con la forma en que mi papá pelaba las papas. “Es harto meticuloso”, me susurró, como cuidando de que mi papá no lo escuchara. Yo misma descubrí esa meticulosidad el verano pasado, un día que el Tata nos pidió (obligó) a mi papá y a mí a matar tres pollos para hacer una cazuela masiva estando yo recién llegada a Chile. Mi papá hizo todo el proceso: agarrar los pollos, sacrificarlos, pelarlos, faenarlos y cocinarlos. Yo, con mi nulo talento para estas tareas, oficié de ayudante de cocina e hice todo lo que se me indicó. Mientras le quitaba las plumas al pollo, pensaba “hace dos semanas estaba yo con mis zapatos de diseñador haciéndole clases a los gringos en la UT. Y ahora estoy con un buzo viejo desplumando un pollo mojado”. Y es que en mi casa en San Carlos a nadie le importa mi doctorado en Comunicación de Masas, porque como dice mi Tata, “en esta casa, todos los monos bailan”. La cazuela nos quedó mundial eso sí.

Cuando construimos la casa post terremoto, Patito se conviritó en el más abnegado trabajador. Y ni se despeinó.



Hace dos años, mi papá vino a visitarnos a Estados Unidos. Aprovechamos que venía la familia de Pedro para asistir a la ceremonia de graduación de Pellín, y le dijimos a mi papá que se sumara también. Era la primera vez que mi papá salía de Chile, por lo cual sólo planificar el viaje era todo un acontecimiento, desde comprar una maleta nueva, hasta sacar pasaporte. Siendo el hombre precavido que es (y en eso sí que nos parecemos repoco), no quiso esperar a que saliera el Visa Waiver de Obama, y ya en el verano hizo todos los trámites para estampar la visa de turista en su flamante pasaporte: se sacó la foto  en Santiago, fue a la entrevista en la embajada, y cuando viajó en mayo de 2014, todo San Carlos estaba pendiente de su viaje. Mi papá es profesor de un liceo y tiene más de 1.500 amigos en Facebook, muchos de ellos exalumnos de las innumerables generaciones que ha titulado. Siendo así, su fan club estaba pendiente de cada paso que Patito daba en el país del norte, que él nutría subiendo de a sesenta fotos diarias en Facebook.

Patito at the University of Texas at Austin




Patito llegó a Estados Unidos un martes 13, en mayo de 2014. Se bajó del avión en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York y no paró en los siguientes 20 días. Recorrió las calles más importantes de la Gran Manzana; tomó el ferry para conocer la Estatua de la Libertad, subió hasta la corona y le sacó fotos a todo lo que su celular abarcaba. Visitó el memorial de las Torres Gemelas, se pegó una siesta en el Central Park, y miró el mundo desde el piso 86 del Empire State. Se comportó como un niño la primera vez que vio una limousina, y se sintió en el cielo hospedándose en el Marriot. Un día tomamos un bus a Baltimore y visitamos a unos tíos que yo no tenía idea que existían, y que resultaron ser la familia más acogedora del universo.

Su primera limousina

Arribando a la Isla de la Libertad 

En el Central Park 

Emocionado por hospedarse en un hotel de la factoría Marriot 

Desde la cúspide del Empire State 

Amigos nuevos en el memorial de las Torres Gemelas 

Conociendo la casa de los tíos de Baltimore 


Además de Nueva York y Austin, Patito también conoció San Francisco, Seattle, Houston y San Antonio, pero la gran impresión se la llevó en Las Vegas, donde me confesó que le “faltaban ojos” para observar tanta maravilla. Caminó por la calle principal, disfrutó de las góndolas en el Hotel Venecia, se sacó fotos en los cafecitos del Hotel París, se imaginó en una pelea de box en el Metro Goldwyn Mayer, y disfrutó con las figuras de los famosos en el Museo de Cera Madame Tussauds. Pero se cansó. Tanta maravilla agotó sus fuerzas, esas que ha utilizado por años en las aulas de su querido liceo Violeta Parra. Era cosa de dejarlo sentado por más de cinco minutos para que de inmediato se durmiera. Es que fue una sobredosis de vuelos, monumentos históricos, comida chatarra y caminar, caminar, caminar. Tres semanas después, Patito regresó a San Carlos con una maleta llena de llaveros, poleras, lápices y otros regalitos para el fan club. Y tuvo que comprarse un celular nuevo, porque tantas fotos capturadas le llegaron a reventar el teléfono (#TrueStory).

Un autógrafo de Elvis en el museo de cera

Acompañando a Will Smith

Un cafecito en el Hotel París 

Hotel Venecia -- góndolas de fondo

Interior Hotel Caesars Palace 


Hace como mil años leí por primera vez una obra del conocido escritor penquista Tito Matamala. Era un cuento llamado “El viejo de cuatro dedos” y hablaba de la imagen de un padre inexistente, del cual el protagonista se inventa imágenes para explicar a otros (pero sobre todo a sí mismo) dónde está su padre. Matamala ha escrito muchas obras después de ese cuento, pero yo sigo pensando que “El viejo…” es una de las mejores. Ese cuento fue publicado en una antología titulada “Honrarás a tu padre”, la cual me inspiró a escribir este post. Patito me ha dado muchas historias para contar, y pensé en honrarlo aquí en mi blog, donde comparto historias del corazón.

¡Feliz día papá, te quiero muchísimo! 

El Álamo, San Antonio

Puente Golden Gate, San Francisco 

Universidad de California, Berkeley 

Mercado de Seattle 

Visitando la NASA en Houston 

Matrimonio en el Club Concepción