domingo, 26 de octubre de 2014

A la memoria de mi amigo el Jano

Yo tenía 18 años cuando conocí al Jano. Él, 33. Le decían “viejo Jano” por ser uno de los “mayorcitos” de la carrera de Periodismo por allá por el año 2000, cuando yo era mechona y él estaba en segundo año. Inmediatamente me llamó la atención su personalidad, totalmente distinta a la de cualquier persona que hubiese conocido hasta entonces: muy culto, muy político, muy futbolero; apasionado por las luchas sociales y por abrirnos los ojos a quienes éramos nada más que unos adolescentes que no cachábamos de la vida. 

Con el tiempo me di cuenta de que el Jano era más inteligente que todos nosotros juntos, pero tenía la pista muy pesada. Era padre de familia (dos niñas en edad escolar, en aquella época), tenía que trabajar para mantener a la prole y además tenía que rendir en la U. Nunca le pegó al inglés y a veces faltaba mucho a clases, pero no había cómo ponerse serio frente a su sonrisa coqueta y sus tallas encantadoras. “Sonrisal”, le decían, y con razón. Mientras estuvo en la UdeC participó activamente en la vida política de la universidad; fue presidente del Centro de Alumnos de Periodismo y se involucró en la formación de los Consejos Estudiantiles. Aunque se demoró un poco más de lo previsto, terminó la carrera y se tituló de flamante periodista de la Universidad de Concepción en el año 2006.

El Jano era un hombre sencillo y con un corazón de oro. No faltarán por ahí los que digan que no hay muerto malo, pero de verdad que el Jano era bueno, más bueno que el pan. Cuando fue el terremoto de 2010, mi casa en San Carlos quedó inhabitable. Al poco tiempo mi mamá/abuela murió, a fuerza de tanta desgracia de no tener casa y de vivir casi un mes en condiciones inhóspitas. Con mi Tata hicimos de tripas corazón y construimos una casa nueva, y el Jano se fue a San Carlos por varios días, varias veces, para ayudarnos con la construcción. Heredó de su padre el oficio de ceramista, y lo ejercía con una perfección envidiable. Nos puso las cerámicas de toda la casa más el piso flotante de los dormitorios. Y no nos cobró un peso. Para él, la amistad significaba precisamente aquello, estar en las buenas y en las malas, pero sobre todo en las malas, porque en las buenas es refácil. Después de que se terminó la construcción siguió viniendo a visitarnos, porque trabajó en un proyecto para construir hornos sustentables en comunidades campesinas, varias de ellas cercanas a San Carlos. Quién mejor que el Jano para trabajar con los campesinos y empoderarlos; ligerito lo llenaron de panes amasados y otros platos criollos que salían de los hornos recién instalados.

A principios de 2011 le vino el primer patatús, estuvo en el hospital y le dijeron que tenía que tomar remedios para la presión de por vida, pero que el corazón estaba bien. Bajó un montón de peso y le costó recuperarse, pero ya a los meses se sentía mejor. Cuando fue a mi matrimonio en 2012, estaba como nuevo. Creo que nunca, en toda la vida, lo vi más feliz que ese día (y eso que la que se casaba era yo); vino con Gloria, su compañera, y disfrutó toda la noche, se lo bailó todo y me deseó un buen viaje faltándome dos días para venirme a Estados Unidos. Fue la última vez que lo vi, pero no fue la última vez que hablé con él, ya que siempre chateábamos por Facebook y nos comentábamos las fotos.

El Jano era un hombre de convicciones muy fuertes. Para algunos puede haber sido incómodo, porque las tiraba sin anestesia: le cargaban los intelectuales de escritorio, esos que critican las desigualdades del sistema desde su cabaña en el sur bebiendo un vino reserva. Algunos hacemos doctorado para entender cómo las redes sociales influyen en las protestas, pero no hemos tirado una piedra en la vida. El Jano siempre estuvo allí, al pie del cañón, marchando, protestando, haciendo barricadas. El Jano no necesitó un postgrado en Estados Unidos para explicar que la clase política nos tiene cagados en todos los aspectos, pero cuando lo decía, no a todos les gustaba. Qué ganas de haber pasado más tiempo con él, más todavía, porque en cada conversación que tuvimos me sentí un poco menos ignorante de la vida. 

El pasado viernes 24 de octubre, el Jano jugaba un partido de fútbol en la cancha Aníbal Pinto de Concepción. Según la noticia en Radio Biobío, en medio del partido cayó al suelo producto de un paro cardíaco. Aunque lo llevaron al Hospital Regional, no pudieron salvar su vida. El periódico Resumen.cl describe acertadamente cómo fue su partida: “Su conciencia de clase brotó de su propia identidad popular, su muerte probablemente no podía haber sido otra. Afectado por un infarto anterior, Jano murió en la cancha de barrio, jugando al fútbol, al de verdad, no al prostituido por el mercado, ese donde se deja todo en la cancha, porque la camiseta es tu identidad, no un trapo para estampar publicidad”.


El domingo 26 de octubre fue su funeral (foto de mi amiga Carolina Rivas)


Janito, no sabes cuánto me duele no haber ido a tu funeral. Cuánto me habría gustado haber pescado un avión sin escalas, directo a Barrio Norte, para conocer a tu madre, a tu hijo Luciano Pavel (¿qué edad tiene ahora, 10 años?) y a tus hijas que ya son profesionales tituladas. Cuánto me habría gustado acompañarte en tu último viaje, tal cual tú me acompañaste en el funeral de mi mamá/abuela. Cuánto me habría gustado decirte en persona que te admiro, que aprendí infinitas cosas de ti y que los yanquis todavía no me han lavado el cerebro. Decirte que fuiste un tremendo amigo, no sólo en la época universitaria sino desde que te conocí, y que me duele mucho el sólo pensar que nunca más volveré a verte. Que voy a extrañar tus posteos provocativos y punzantes en Facebook. Que habemos miles de periodistas haciendo mil cosas por ahí, pero necesitamos más periodistas como tú, críticos, subversivos, y aún así no te supimos aprovechar. ¡Por la cresta! Que uno venga a reflexionar estas cosas cuando las personas se mueren.

No te deseo que Dios te tenga en su reino, porque sé que tú no crees. Pero sí espero que donde estés, estés en paz. Compañero Janito, como me contaron que dijo tu madre en tu funeral, “Jano es pueblo”. Gracias por todo, y buen viaje hacia la eternidad.



Una de las tantas veces que nos fue ayudar con la construcción de la nueva casa



Fiscalizando los intentos de mi papá 


Mostrándole a Pedro cómo cortar piezas de piso flotante 

Con mi Tata celebrando que terminaron mi habitación 

El día de mi matrimonio, junto a Carolina Rivas, Marcela Montoya e Iván Rojas, mis mejores amigos de la universidad. Probablemente la última vez que estuvimos juntos los cinco



Así es como quiero recordarte, Janito amigo mío. Q.E.P.D.